vendredi 4 décembre 2009

Cenizas de un amor

La puerta estaba cerrada y yo a solas con mis pensamientos. Todo era tan reciente que sentí que todavía podía olerte. Di un paso al frente con el brazo extendido y mi mano buscando tu rostro para acunarlo entre caricias, tocarte una vez más.


Así, adelante.


Mi respiración entrecortada violaba el silencio del Sol cayendo, del incienso consumiéndose, convirtiéndose en cenizas, en polvo, en nada.


Mi pie izquierdo se posó en algo blando, aunque en la habitación nunca hubo una alfombra. Con los ojos cerrados te sentí, te rocé. Mi mano en la soledad se movía lentamente recorriendo tus ojos y pestañas una a una, tu nariz, deslizándose hasta los labios secos y los míos húmedos que no iban a besarte más. Seguí dibujando tu cuello con un dedo, sólo con un dedo. Mi mano en tu hombro, en la soledad. Con la derecha cogí el final del vestido blanco y lo elevé hasta mi cintura haciendo una V imperfecta: llena de detalles irrevelables. Tú, callado; tú, inmóvil; tú ausente y yo bailando contigo. Girando, como un vals, como un tango, como un baile de salón; como jamás había bailado. Tú dejándote llevar y yo llevada por las cenizas del incienso. Derecha, izquierda, paso astrás y una vuelta. Mi boca entreabierta y mis ojos sin querer despertar, sin siquiera estar soñando.


Mi corazón quería latir a tu compás y ahora ya no podía.


Doblaron las campanas, el vestido largo cayó. Se abrió la puerta con mis pestañas despertando. Se había acabado. Mi madre tendió su mano, el incienso apagó su llama y yo sin decir palabra, la agarré para marchar. En mis ojos había un brillo de humedad que no compaginaba con lágrimas. Así, adelante, pasando por donde hace un segundo habías estado, me tocaba seguir. No miré atrás, no hizo falta, sabía que algún día volveríamos a bailar...

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